L'encadenament del bé i l'encadenament del pecat en Kierkegaard..

Seguesc llegint el TRATADO DE LA DESESPERACIÓN de Kierkegaard. Avui vull comentar la idea de Kierkegaard de que si ens volem identificar amb un esperit fort o pensament fort és important allunyar-se del pecat. Kierkegaard diu que la majoria de la gent és inconscient del vincle del esperit o pensament. Quan pensam estam afectats per la disposició afectiva que a la vegada és modificada pel pensament o esperit. Així si pecam ens feim mal i el nostre pensament queda afectat pel que ens pot seguir fent mal. El nostre pensament retornant a la mala acció ens fa mal a la disposició afectiva i aquesta afecta al pensament pel que aquest fàcilment rememora el pecat amb el que s'afecta més la disposició afectiva això és l'encadenament. Kierkegaard diu que la majoria de la gent és inconscient d'això. També parla del demoníac que fa tant el mal que està encadenat als efectes del mal i no en surt. Així el creient no vol ésser temptat pel pecat quan se li presenta un pecat de forma atraient i el demoníac no vol sentir parlar de la beatitut d'un pensament o esperit immaculat perquè hauria de deixar d'ésser ell mateix. Observ que Heidegger només observa la mala consciència i de la bona consciència en diu farisseisme. -------------------------------------------------------------------------------------- CITA. La mayoría de la gente vive demasiado inconsciente de sí misma para sospechar lo que es la consecuencia; carente del vínculo profundo del espíritu, su vida, ya sea ingenuidad en- cantadora de niño, ya sea tontería, no es más que una mala urdimbre de un poco de acción, de azar, de acontecimientos mezclados: tanto se la ve hacer el bien, como luego rehacer el mal y volver al punto de partida; la desesperación le dura tanto una tarde como hasta tres semanas, pero una vez más hela aquí apuesta y de nuevo desesperada por todo un día. Para la mayoría de la gente la vida no es más que un juego, en el cual se participa, pero jamás llega a arriesgar el todo por el todo, jamás llega a representársela como una consecuencia infinita y cerrada. Por esto jamás conversa más que acerca de actos aislados, de tal o cual buena acción, de tal o cual falta. Toda existencia, dominada por el espíritu, incluso si ese espíritu se pretende autónimo, está sometida a una consecuencia interior, consecuencia de fuente trascendente, que depende al menos de una idea. Pero, en una vida semejante, el hombre teme infinitamente a su vez - por una idea infinita de consecuencias posibles- toda ruptura de consecuencia. ¿No corre el riesgo de ser arrancado a esa totalidad que lleva su vida? La menor inconsecuencia es una pérdida enorme, puesto que pierde el encadenamiento; acaso es deshacer al instante el encantamiento, agotar ese poder misterioso que reúne todas las fuerzas en una sola armonía, aflojar el resorte; acaso arruinarlo todo, para gran suplicio del yo, en un caos de fuerzas en rebelión intestina, de donde habrá desaparecido todo acuerdo interior, toda franca velocidad, todo ímpetus. El admirable mecanismo, que debía a la consecuencia tanta agilidad en el juego de sus implementos de acero, tanta energía dúctil, ahora está descalabrado; y cuando más espléndido, más grandioso el mecanismo, peor es su desarreglo. El creyente, cuya vida íntegra reposa en el encadenamiento del bien, siente un miedo incluso infinito por el menor pecado, pues él corre el riesgo de perder infinitamente, en tanto que los hombres de lo espontáneo, que no salen de la puerilidad, no tienen totalidad que perder, no siendo para ellos nunca pérdidas y ganancias más que lo parcial, que lo particular. Pero con no menos rigor que el creyente, en lo opuesto, el demoníaco se ata al encadenamiento interior del pecado. Es como el beodo que no deja de mantener su ebriedad día tras día por temor a su suspensión, a la languidez que entonces se produciría y a sus consecuencias posibles, si él permaneciera un día sin beber. A igual que el hombre de bien, además, cuando se le quiere tentar, pintándole el pecado en forma atrayente; su respuesta suplicante será: «No me tentéis». Del mismo modo el demoníaco, sin duda, os dará ejemplos del mismo tenor. Frente a un hombre de bien, más fuerte que él en su posición y viniéndole a describir el bien en su beatitud, el demoníaco es capaz de pedirle gracia, de rogarle con lágrimas en los ojos que no le hable de ello, que no pretenda, como el dice, debilitarlo. Pues su continuidad interior y su continuidad en el mal, hacen que también él tenga una totalidad a perder. Un apartamiento de un segundo fuera de su consecuencia, una sola imprudencia de régimen, una sola mirada distraída, un solo instante con otra visión del conjunto o incluso de una parte y, como él dice, surge el riesgo de no ser ya nunca él mismo. Es cierto que, desesperado, ha renunciado al bien, y que ya no espera ninguna ayuda, haga lo que hiciera; ¿pero no podría aún perturbarle ese bien? ¿Suprimirle para siempre la posibilidad de volver a hallar el pleno ímpetu de las consecuencias, en resumen, debilitarlo? Únicamente en la continuación del pecado es él mismo, en ella vive y se siente vivir. ¿Qué quiere decir esto, sino que permanecer en el pecado es lo que, en lo más profundo de su caída, todavía lo sostiene, por el diabólico reforzamiento de la consecuencia? No es el pecado nuevo, distinto, el que (si, demencia horrible) le ayuda; el pecado nuevo, distinto, sólo expresa la continuidad en el pecado y ésta es, propiamente hablando, el pecado. La «continuidad del pecado», que ahora va a seguir, refiérese menos a los nuevos pecados, aisladamente, que al estado continuo del pecado, lo que es aún una elevación de intensidad del pecado para él mismo, una perseverancia consciente en el estado de pecado. La ley de condensación del pecado marca, pues, aquí como en todas partes, un movimiento interior hacia una mayor intensidad de conciencia. TRATADO DE LA DESESPERACIÓN. Kierkegaard.

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