Laing 2

FRAGMENTO DE "EL YO DIVIDIDO" DE LAING. NO TIENE DESPERDICIO. EXPLICA CÓMO Y POR QUÉ A VECES SE DICE QUE ALGUIEN ESTÁ LOCO. Cuando dos personas cuerdas están juntas, se espera que A reconozca que B es más o menos la persona que B piensa que es, y viceversa. Es decir, por mi parte, espero que mi propia definición de mí mismo sea confirmada por la de la otra persona, suponiendo que yo no esté deliberadamente simulando ser otra persona, siendo hipócrita, o mintiendo y así sucesivamente.3 Dentro del contexto de la mutua cordura existe, sin embargo, un amplio margen de conflicto, error, concepción equivocada, en pocas palabras, una disyunción de una u otra clase entre la persona que uno es a sus propios ojos (el ser–para–sí–mismo de uno) y la persona que uno es a ojos del otro (el ser–para–el–otro de uno), y, a la inversa, entre quien es y lo que es para mí, y quien es y lo que es para sí mismo; finalmente, entre lo que uno se imagina que es la imagen que se hace de sí mismo y su actitud e intenciones para con uno mismo, y la imagen, actitud e intenciones que tiene en realidad para con uno mismo, y viceversa. Es decir, cuando dos personas cuerdas se encuentran existe un reconocimiento mutuo y recíproco de la identidad de cada una de ellas. En este reconocimiento mutuo hay los siguientes elementos básicos: a) Reconozco que el otro es la persona que cree que es. b) Reconoce que soy la persona que creo que soy. Cada uno posee su propio sentido autónomo de identidad y su propia definición de quién y de lo que es. Se espera que el otro sea capaz de reconocerlo. Es decir, estoy acostumbrado a esperar que la persona que alguien cree que soy, y la identidad que considero que tengo, habrán de coincidir en gran medida: permítaseme decir, simplemente, “en gran medida”, puesto que sin duda es posible una considerable discrepancia. Sin embargo, si, después de intentar conciliarlas, existen discrepancias de clase suficientemente radicales, no queda sino pensar que uno de nosotros debe estar loco. No me cuesta trabajo considerar psicótica a otra persona si, por ejemplo: Dice que es Napoleón, mientras que yo digo que no lo es; o si dice que soy Napoleón, mientras que yo digo que no lo soy; o si cree que quiero seducirlo, mientras que yo considero que no le he dado motivo, en realidad, para suponer que tal es mi intención; o si cree que tengo miedo de que me mate, siendo así que no tengo temor de tal cosa, y que no le he dado razones para pensarlo. Por tanto, propongo que la cordura o la psicosis se prueban conforme el grado de conjunción o de disyunción entre dos personas, cuando una de ellas es cuerda por consenso universal. La prueba crítica de si un paciente es psicótico o no, es la carencia de congruencia, una incongruencia, un choque entre él y yo. “Psicótico” es el nombre que reservamos para la otra persona en una relación disyuntiva de esta clase particular. Sólo en virtud de esta disyunción interpersonal comenzamos a examinar su orina, y a buscar anomalías en las gráficas de la actividad eléctrica de su cerebro. Llegados a este punto, vale la pena ahondar un poco más en la naturaleza de la barrera o disyunción entre el sano y el psicótico. Si, por ejemplo, un hombre nos dice que es “un hombre irreal” y si no está mintiendo, o bromeando o usando equívocamente palabras de manera sutil, no cabe duda de que se le considerará como engañado. Pero, existencialmente, ¿qué significa este engaño? En verdad, no está bromeando ni simulando. Por el contrario, dice que durante años ha venido pretendiendo que es una persona real, pero que ya no puede mantener más tiempo el engaño. Toda su vida ha estado desgarrada entre el deseo de revelarse a sí mismo y el deseo de ocultarse a sí mismo. Todos compartimos con él este problema y todos hemos llegado a una solución más o menos satisfactoria. Tenemos todos nuestros secretos y nuestras necesidades por confesar. Podemos recordar cómo, durante nuestra niñez, los adultos al principio eran capaces de ver claro en nosotros, traspasarnos con la mirada, y qué gran hazaña fue para nosotros cuando, llenos de miedo y temblando, pudimos decir nuestra primera mentira y hacer, para nosotros mismos, el descubrimiento de que estamos irremediablemente solos en algunos respectos, y saber que dentro de nuestro propio terreno sólo pueden verse las huellas que dejan nuestros pies. Sin embargo, hay personas que nunca se ven plenamente a sí mismas en esta situación. Esta auténtica intimidad es la base de la genuina relación; pero la persona a la que llamamos “esquizoide” se siente a la vez más expuesta, más vulnerable a los otros que nosotros mismos, y más aislada. De tal modo, un esquizofrénico puede decir que está hecho de vidrio, y que es de tal transparencia y fragilidad que una mirada dirigida a él lo quiebra en pedazos y lo traspasa de parte a parte. Podemos suponer que se experimenta a sí mismo, precisamente, como tal. Quisiera indicar que es sobre la base de esta exquisita vulnerabilidad como el hombre irreal se torna tan aficionado a ocultarse a sí mismo. Aprende a llorar cuando está contento y a sonreír cuando está triste. Manifiesta su aprobación frunciendo el ceño, y su desagrado aplaudiendo. “Todo lo que pueden ver, no soy yo”, se dice a sí mismo. Pero solamente a través de todo lo que podemos ver, y en todo lo que podemos ver, puede ser él alguien (en la realidad). Si estas acciones no son su yo real, entonces es irreal; totalmente simbólico y equívoco; una persona puramente virtual, potencial, imaginaria, un hombre “mítico”; nada “realmente”. Si, entonces, deja de simular ser lo que no es, y pasa a ser la persona que ha llegado a ser, surge como Cristo, o como un fantasma, pero no como un hombre: al no existir con nadie, no es nadie. Vive una “verdad” acerca de su “posición existencial”. Lo que es “existencialmente” verdadero, es vivido como “realmente” verdadero. Indudablemente, la mayoría de las personas consideran que es “realmente” verdadero sólo lo que tiene que ver con la gramática y el mundo natural. Un hombre dice que está muerto, aunque está vivo. Pero su “verdad” es que está muerto. Lo expresa, quizá, de la única manera que el sentido común (es decir, lo comunal) le permite hacerlo. Quiere decir que está “realmente” y harto “literalmente” muerto, y no tan sólo de manera simbólica o “en un sentido”, o “como si”, y se halla seriamente dispuesto a comunicar esta verdad. Sin embargo, el precio que hay que pagar por transvaluar la verdad comunal de esta manera es el de “estar” loco, puesto que la única muerte real que nosotros reconocemos es la muerte biológica.

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